Con sus tenidas raras y sus pelos de colores escandalizó a la elite santiaguina en los años 70. En los 80 diseñó la ropa tipo Madonna que todas querían usar, en los 90 disfrutó su triunfo y aún mantiene a su clientela cautiva en su legendaria tienda del Drugstore. A los 59 años, soltera y sin hijos, Paula Zobeck sigue siendo un ícono de la moda chilena.

Por Catalina May // Fotografía: Gabriel Ebensperger
Producción: Paulina Wiegand // Maquillaje y Pelo : Pati Calfio

Se sube a su convertible rojo de solo dos asientos –un Mazda Miata del 92– y dice que lo ha mantenido durante los últimos 20 años porque le encanta andar sola y no tener que acarrear a nadie. Con sus ojos pardos y su pelo largo y rubio adornado con un cintillo de plumas, Paula Zobeck no pasa desapercibida.

Su casa en Vitacura, donde vive hace 10 años, es un lugar particular. Larga, angosta y con una sola pieza, no es una casa para una familia. En pleno centro hay un Ficus benjamina grande y frondoso que rodea la escalera caracol que sube a su pieza. El lugar está repleto de una decoración ecléctica, que pasa por vírgenes y santos de estética kitsch, además de ángeles, estatuas de animales, velas, budas, luces de colores y hasta una fuente en pleno living.

Adornan también su casa varias fotos de ella y su look excéntrico, el mismo que descolocó a los jóvenes de clase alta que iban a taquillar al Drugstore a fines de los 70. “Todo el mundo me preguntaba por la ropa que yo usaba. Tenía tanto look que los autos hasta chocaban cuando yo iba caminando por la calle con mis sombreros. Yo me sentía como una extraterrestre, te juro”, dice.

Pero Paula Zobeck no era solo una joven desenfadada y sorda al qué dirán. Con la ropa que diseñaba y vendía hizo de la excentricidad su negocio y marcó pauta en la moda santiaguina, desmarcándose de los convencionalismos. Aunque su postura en esos años puede haber parecido rebelde, ella asegura que su intención nunca ha sido oponerse a nada, sino ser sincera consigo misma. “Nunca me interesó pertenecer a la manada”, asegura.

Hoy es una mujer de 59 años, soltera, sin hijos, trabajadora –“trabajólica”– que mantiene contra viento y marea su tienda en el Drugstore. Su persistencia puede parecer un apostolado, considerando que actualmente tenemos acceso ilimitado a las últimas tendencias de la moda y sus propuestas ya no impresionan como antes. Además, la masividad del retail hace que su negocio sea cada vez más difícil y menos rentable. Pero ella asegura que nunca le faltan las clientas y que, como siempre, hace las cosas simplemente porque cree en ellas: “He durado porque todo lo mío es de verdad y lo de mentira se cae. Nomeguío por la moda. La moda es pasada de moda para mí. La cosa es verse bien, verse bonita, y eso va más allá de la moda. Ahora mi ropa ya no es tan excéntrica porque la gente está mucho más informada. Ojalá antes hubiera habido más personas como yo, así no habría sido tan rara”.

Like a Virgin

Era fines de los 70: los años de la moda jipi, pero también de la dictadura, y en Santiago de Chile no había demasiado espacio para innovar. El Drugstore era el lugar más taquilla de la capital, al que iban los jóvenes de clase alta a mirar y ser vistos. Paula Zobeck se había casado saliendo del colegio y atendía allí una tienda de discos del que entonces era su esposo, Juan Esteban Grinstein, dueño del sello Banglad. “Estaba aburrida en ese trabajo y apareció una persona que hacía blusas de gasa de pañales teñida. Le dije: ‘Pongámosle unos encajes, hagámoslo de hartos colores, en degradé'. Y me puse en un kiosquito que había en el Drugstore. Todos los que se ponían en ese kiosco quebraban, pero yo no me preocupé, porque a mí, cuando me gusta algo, voy a ciegas”.

Entiendo que después transformaste la disquería en una tienda, pero no te fue muy bien al principio.

Claro. Es que era ropa que se transparentaba un poco y en esa época eso era algo terrible. Pero era ropa linda, etérea; atrevida, pero angelical, no aputada. A las niñas les gustaba, pero sus mamás no las dejaban. La tienda pasaba llena, pero nadie compraba y yo lloraba en los probadores. Las niñas no se atrevían. Yo, en cambio, me vestía solo con esa ropa y la gente creía que estaba loca.

¿Habías estudiado Diseño o algo así?

No, no sirvo para que me enseñen cosas aburridas, que me encasillen y no me dejen expresarme. Mis vecinas de tienda me decían que tenía que hacer ropa más comercial, pero yo me negaba. Entonces empecé a hacer corsés y ropa con encajes. No los veía en ninguna parte, simplemente hacía la ropa que amíme gustaba, pero tampoco se vendía. Y en eso aparece Madonna ¡y toda la ropa que usaba la huevona la tenía yo! Los encajes, los vestidos like a virgin, todo.

Ese disco salió el 84. ¿Te adelantaste a Madonna, entonces?

Sí, pero no es que yo crea que soy una adelantada a los tiempos ni nada. Cuando uno hace las cosas con amor, con buena onda, con buena energía y es verdadera, uno es premiada por la divinidad. Yo nunca he ido a mirar una vitrina, a ver qué tiene “la competencia”. Porque yo no tengo competencia. Qué competencia voy a tener, si lo que yo hago es una cuestión creativa. No me comparo con nadie.

¿Entonces los trajes tipo Madonna te salvaron?

Con eso vino el boom. Empecé a vender como loca, hasta tuve un programa de moda en Televisión Nacional. Se llamaba Sábado espectacular. Lo animaba Pepito TV, Ravani era el director. Yo llevaba a modelos que no eran modelos, sino que las encontraba en bares, porque eran especiales y con onda, bailarinas, actrices. Hacía unas performances audaces, que nadie hacía en la tele y terminé haciendo un segmento de diez minutos durante un año. Me acuerdo que la Yolanda Montecinos iba a mirar cuando los grabábamos y aplaudía. Hasta fui censurada por los militares porque mostré un poco un escote e hice un chiste al final de una moda del campo.

¿Cómo te viviste la dictadura militar?

Me cargaba el toque de queda. Pero nunca tuve problemas ni salía a las marchas. Siempre defendía a los vendedores callejeros que se ponían fuera del Drugstore y que se llevaban detenidos, eso sí. Ellos me decían que era la alcaldesa de Providencia. Yo pienso que la política es asquerosa, hasta el día de hoy no voto. Todos trabajan para su propia conveniencia y para tener más y más poder.

¿Y contra qué te rebelabas con tus looks y tu propuesta de moda en esos años?

No me rebelo contra nada, pero no le tengo miedo a lo diferente, al ridículo. Yo fui la primera que se tiñó el pelo de todos colores, pero no es que busque ser diferente, es lo que me gusta. Si para mí algo es bello, por qué va a ser malo. Siempre fui la loca, la diferente. Pero, al final, yo soy la menos loca. Uno no es loca por cómo se viste.

Plata o felicidad

 

una vez instalada como una diseñadora reconocida, Paula abrió tiendas en el Panorámico y el Apumanque. En los 90 ya no rayaba con el estilo Madonna, sino con los ángeles, los que pintaba “como la Capilla Sixtina” en los techos de sus tiendas. Fueron años de bonanza económica para ella. “Me iba el descueve, pero no era feliz”, dice. “A mí me gusta que todo funcione y no podía lograr que todo estuviera perfecto en las tres tiendas. Estuve como diez años en eso, hasta que al final decidí consultar el tarot. Y este me dijo que hiciera lo que me hacía feliz”.

¿Y qué hiciste?

Dejé las dos tiendas que más vendían y me quedé con la que me hacía feliz: la del Drugstore. Cuando llegué adonde Gustavo Rosenberg, el gerente del Panorámico, y le dije que dejaba mi tienda porque me lo había dicho el oráculo, se quedó igual que Condorito: plop.

¿Qué ropa vendes hoy, cuál es tu estilo actual?

Es ropa siempre vanguardista, atemporal. Les doy mucha importancia a los cortes para disimular rollitos y estilizar, es ropa hecha para verse bien, con buenas caídas. Uso géneros que son como una segunda piel, suaves, livianos. Yo antes de venderla, cocino en mi casa la ropa en una olla, así que puedes estar segura que no se va a achicar o desteñir, ni nada.

¿Quiénes son tus clientas?

Yo le vendo ropa a la abuela, a la mamá y a la hija. El boca a boca es mi mejor publicidad. Tengo mucha gente que viaja con mi ropa y le preguntan de dónde es y se las quieren comprar. La corresponsal en Nueva York de la revista Cosas, que entrevista a la gente en la alfombra roja, cuando viene a Chile en diciembre me compra. Una vez me contó que estaba entrevistando a la Jessica Parker y le preguntó por la ropa y ella le contestó que era de una diseñadora chilena muy famosa.

¿Qué piensas de las personas a las que les gusta comprarse la tenida completa del maniquí en alguna de las grandes tiendas?

Yo no me compro ropa en Santiago, pero hay gente a la que le gusta usar lo que usan todos, porque así sienten que pertenecen, que no van a hacer el ridículo, que se van a ver bien, que van a pasar piola. Yo no me compraría esa ropa, pero no todos tenemos que ser iguales. En la diversidad está la onda. Que sea bien mezclado el zoológico.

En 1997, el fotógrafo Miguel Sayago le tomó este retrato a Paula Zobeck en su propia habitación. Cuando él llegó, ella lo esperaba con un vestido retro y una peluca naranja. La poodle era su perra preferida, April. Hoy, la diseñadora conserva esta imagen enmarcada, colgada junto a su cama.

Soltera sin hijos

Durante los últimos 30 años desde su tienda en el Drugstore Paula ha podido mirar en primera fila los cambios que han sufrido las mujeres chilenas. “Han cambiado ene. Antes venían con el marido, la mamá, la amiga y le pedían la opinión a todos porque no tenían opinión propia. Ahora trabajan, tienen su plata y se compran lo que quieren”.

¿Cómo se trata en nuestro país a las mujeres de tu edad?

Antes, a los 50 uno era vieja, pero ahora existen tantas cosas, como el bótox. Una cosa es ser vieja y la otra es sentirse. Si te sientes vieja, ya cagaste. Amí nome interesa mi edad, porque me siento de 15 o 18. En Argentina mira la edad que tienen las más regias y exitosas: la Susana Jiménez, la Moria Casán. Me encanta Buenos Aires, siempre voy.

¿Por qué?

Allá la gente lo pasa mejor a esta edad, porque tienen plata, hacen lo quieren, van adonde quieren. Yo, en Argentina me he dado vuelta a mirar grupos de minas de mi edad regias que van al teatro o a comer, vestidas estupendas, simpáticas, alegres. Acá no. Este país es bien aburrido, no hay adonde ir. ¿Adónde va a ir una persona de 60 años? Las discoteques son todas pa pendejos. Yo no salgo nunca.

¿A ningún lado?

Voy al spa Mund todos los domingos: masajes, sauna, limpieza de cutis, baño de vapor. Llego a las 12 yme voy a las 9 de la noche. A veces voy con alguna de las pocas amigas que tengo. Soy bien solitaria, me gusta así.

¿Por qué?

Yo me separé a los siete años de casada. No conozco a nadie que esté casado que sea feliz. Los hombres son chupadores de energía: te estrujan como un limón y te botan. Son un cacho. Así como no creo en el viejo pascuero, no creo en el amoooor. Creo en el encantamiento, en la pasión, en el cariño. Pero el amor tiene que ser elevado, espiritual, con respeto. Yo eso no lo he encontrado.

¿Por eso no tienes hijos?

Yo veía a mis amigas que tenían hijos que no sabían qué hacer, con quién dejarlos. Y pensaba que era mucha responsabilidad: que apenas me la podía yo con mi vida para traer a un hijo a este mundo, que no es de bilz y pap, no es el paraíso. Una vez quedé embarazada y lo perdí. Pero para mí no es un rollo, no es tema, jamás me lo he cuestionado. He tenido perros que he querido tanto que les daba comida con cuchara. Pero sufrí demasiado cuando murieron, así que dije que nunca más.

 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Paula Zobeck 2012 todos los derechos reservados.